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Acompañamiento en el parto vs intervencionismo.

por Eider Pacheco 25 septiembre 2017

Cuando me preguntan a qué me dedico insisto en contestar "a acompañar a mujeres en sus partos domiciliarios". Y digo insisto pese a que la mayoría de las veces suelo encontrarme con incomprensión y confusión: -"Pero eres doula? O matrona?". -"Partera", añado yo echando más leña al fuego del desconcierto.

Y en ésas suelo emplear una parte importante del tiempo de mis reuniones "preparatorias" al parto en casa con las familias. Porque no es un asunto baladí, y porque las implicaciones son inmensas. Ya no sabemos qué quiere decir acompañar, mucho menos cómo se diferencia del dirigir. Y lo más triste aun -y peligroso para nuestra libertad-, no solemos ser conscientes de en qué circunstancias y de qué modo somos dirigidos y manipulados. Daría para un libro el modo en que la manera en que se interfiere en nuestros actos y nuestra voluntad desde que venimos a este mundo condiciona nuestra forma de conducirnos como adultas. Pero me ceñiré a qué ocurre cuando una mujer embarazada desea -o cree desear- un parto fisiológico (lo más natural posible) y sin intervenciones innecesarias.

Es un asunto muy complejo en realidad, con múltiples ramificaciones, y en general, estrechamente ligado al miedo de tod@s las participantes en el proceso, así como la necesidad de control de l@s mism@s.

Mi manera de trabajar, el modo en que acompaño a las madres (y sus familias si las tienen) no es fruto del azar, sino el resultado de mi experiencia como mujer que ha parido en tres ocasiones. De esas experiencias he sacado la conclusión de que las mejores circunstancias para parir son aquellas que aseguran un ambiente relajado, tranquilo y seguro (como muy bien lleva explicando el señor Michel Odent desde hace décadas), pero especialmente en el que soy respetada hasta el extremo en mis decisiones.

Como decía Fucoult, el discurso crea la realidad, y precisamente por ello de lo primero de lo que se apropia el enemigo es de nuestro discurso. Así, en el ambiente del parto en casa se habla mucho de la mujer parturienta como la "protagonista" del proceso. La "protagonista"...claro que cabe preguntarse en este discurso quién es la directora de la película, quién está repartiendo los papeles (de protagonista o de lo que sea), porque será esa persona, la que en última instancia "dirigirá" el proceso.

Como mujer que ha parido no quiero ser un cero a la izquierda, ni tampoco la protagonista. Quiero decidir en todo momento libremente que es lo mejor para mi bebé y para mí. Para ello necesito estar bien informada (el empleo de la información – no compartida- como arma de poder daría para otra entrada en el blog), y ser dueña de mis actos. No ser manipulada por medio del miedo -ni de ningún otro modo- y sentirme capaz de atravesar el acto iniciático que parir supone (si la persona que "asiste" no ha parido o no cree en el proceso será difícil que transmita confianza a la mujer parturienta).

La persona que acompaña parece no hacer nada: no habla a menos que sea necesario, no se dirige a la madre si no es con un motivo claro, no la molesta con pruebas innecesarias. No transmite miedo ni desconfianza en el proceso. No intenta dirigirlo ni manipularlo. No se coloca en ningún caso en un lugar de poder. No alberga expectativas acerca de lo que la mujer en trabajo de parto debe o no debe hacer. No juzga. No infantiliza a la mujer que tiene delante. No la infravalora.

Hablo mucho con las mujeres que van a parir en casa y sus acompañantes. Nos reunimos en repetidas ocasiones antes del parto para informarles sobre qué es un parto fisiológico (sorprende constatar que no suele saberse exactamente en qué consiste el proceso natural del parto), qué sensaciones corporales cabe esperar (sabiendo que cada cuerpo es único igual que lo es cada parto), qué miedos acucian tras las preguntas comunes. Y sobre todo cuál será mi papel. De este modo, cuando llega el momento del parto la mujer se halla informada, conoce sus miedos (con eso es suficiente, no pretendemos solucionar años de condicionamientos), y ha establecido una relación de confianza mutua conmigo.

Durante el parto, si todo va bien (y casi siempre va bien -un 80-85% de los casos según la O.M.S.), no digo mucho. Parece como si no hiciese gran cosa. Procuro dejar un espacio a la mujer y su acompañante. Trato de estar cerca cuando creo que se aproxima el momento o si siento que ella desea que esté presente -para eso es el trabajo durante el embarazo, para conocernos-. Estoy atenta a su lenguaje no verbal y trato de comunicarme sin palabras (como decía Michel Odent, no debe activarse el neocórtex de una mujer en trabajo de parto pues esto dificulta el proceso): si se pasa la lengua por los labios le acerco un vaso de agua, si se abanica acalorada le ofrezco una toallita mojada sobre la nuca o la frente; si se toca dolorida la espalda procuro masajear la zona (estando muy atenta a sus señales de tolerancia o rechazo al contacto).

En el itineri le aviso con tiempo de que después de la siguiente contracción me gustaría escuchar el corazón de su bebé (con estetoscopio de Pinard). Si ella se tapa con el albornoz le hago un gesto al acompañante para que se encargue de caldear el ambiente (algo que siempre tengo hablado a priori, dada la importancia de que el ambiente esté suficientemente cálido durante el parto). Le pido discretamente al acompañante toallitas húmedas y una bolsa de basura, y estoy al tanto de si hace falta limpiar a la mujer en trabajo de parto. Cuando es necesario, y suele serlo (esto también lo hablamos durante las visitas previas), siempre pido permiso a la madre con suavidad antes de tocarla: "voy a limpiarte un poco, quitar este trocito de caca nada más". Y procuro hacerlo rápido y sin molestar.

Vuelvo a escuchar el corazón las veces que considero necesario. Me fijo en que el latido se escucha cada vez más cerca del pubis (signo indirecto de que l@ bebé desciende adecuadamente), en cómo se torna púrpura a la vez que se va borrando la línea interglútea de la madre (otro signo indirecto de descenso del bebé, sin necesidad de molestar a la madre con tactos vaginales inoportunos y molestos). La escucho quejarse de que no puede más. Le aprieto la mano y le reafirmo en el buen trabajo que está haciendo y en que debe de estar cansada y con ganas de terminar (como Michel Odent explica es contraproducente discutir con una mujer en trabajo de parto llevándole la contraria y diciéndole que sí que puede cuando ella insiste en que no puede más). Si asoma la desesperación a sus ojos le pregunto suavemente: "quieres tocar a tu bebé?". L@ bebé suele estar ya en las puertas cuando su madre "ya no puede más".

Y en el momento del nacimiento....espero, sigo sin hacer mucho si la situación no lo demanda (y no suele demandarlo, la verdad). Recojo a l@ bebé con una toalla de la casa e inmediatamente la paso con su madre mientras susurro un reverencial "bienvenid@ al mundo, bebé".

Escucho a la bebé respirar, atenta a su color de piel, sus movimientos espontáneos, su adaptación a la vida terrestre extrauterina. Miro sonriente desde un lugar discreto acudiendo al milagro de la Vida.

No parece mucho en realidad. Pero no hay nada más grande. No puedo hacer otra cosa sino acompañar este ritual hermosísimo e intenso desde este lugar de respeto al que mis propios pasos me han conducido. Escuchando, estando atenta a las señales, sin juzgar, sin dirigir, admirada, confiada.

Sé que esta mujer puede hacerlo porque yo -y otras muchas como yo- ya hemos atravesado esa puerta. Y cuando no puede o no quiere -estos dos conceptos muy amenudo se mezclan confusos-, le doy un abrazo grande y desde el fondo de mi corazón le digo: "estoy orgullosa de lo que has hecho. Eres una mujer increíble".

Acompaño, comparto y respeto. Pues no soy más que una invitada en su parto.

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